Dejando de lado las pequeñas pero siempre considerables diferencias entre lo que significaría ir a ver un recital de U2 o uno de Meta Guacha, podemos concluir en que casi todos los grandes conciertos tienen más o menos las mismas características, a saber:
- Siempre hay que repasar el currículum: tenemos la estúpida necesidad de recordar sí o sí cuál fue el último concierto que vimos antes de ese, y si es posible comentárselo a alguien. Y si además eso nos permite desempolvar un nutrido historial recitalero, tanto mejor; así descubrimos que ya vimos 158 grandes shows y que somos re grossos. Porque además de todo nos vanagloriamos de haber estado en "ese" recital, como si fuera un mérito. Es como haber estado en la cancha el día que Medero gambeteó a 7 y la clavó al ángulo; uno se cree que porque fue ese día, el gol lo metió uno, y encima dice "yo estuve el día del gol de Medero, je". Porque en esos casos uno siempre se ríe con un "je", canchero, de cancha, de gol de Medero, ¿mentendé?
- La entrada: existe un temor reverencial por perder la entrada. Durante los días previos vamos a mirar una vez cada 12 horas que sigan estando dentro del cajoncito. El día del propio recital nos metemos la mano en el bolsillo con cualquier excusa para sentir el tranquilizador tacto del cartoncito en los dedos. Cuando falta media cuadra para entrar el pánico ya es inmanejable, creemos que nos vienen siguiendo desde la puerta de nuestra casa y que nos van a chorear la entrada justo cuando la saquemos del bolsillo. O ni siquiera es al robo, el miedo es directamente a la desaparición: tenemos pánico a meter la mano en el bolsillo y que no esté, como nos pasa en los días normales con la billetera; los que la guardamos en el bolsillo de atrás del pantalón nos tocamos el culo 12312 veces por día. Y los que no la usan en el bolsillo de atrás merecen morir, claro.
- Supermercado: la secta de los paragüeros, esos vendedores semaforeros que ofrecen pelotas de tenis gigantes mientras hay sol, pero que apenas cae una gota sacan un paraguas de la galera (¿qué hacen, siempre se llevan 30 paraguas por si Saldívar la pifia?), tienen sus embajadores recitaleros: los vende-pilotines. Los tipos van por el recital ofreciendo bebidafrescalabebida, pero cae una gotita y se ponen una bolsa de consorcio con agujeros para los brazos y salen a vender pilotines apócrifos por 30 mangos. Y lo peor es que siempre hay un brasilero que lo compra. Son raros los brasileros para eso, son los mismos que se compran la remera que dice "U2 360 Tour" con todas las fechas de la gira en la espalda, la pagan 90 mangos, la usan esa vez y después la tiran a la mierda.
- El abuso gastronómico: durante las primeras 2 horas de nuestra estadía en el recinto, somos todos socialistas bolivarianos que luchamos contra el flagrante abuso del imperialismo económico representado por los estafadores cocacoleros; después de eso nos metemos nuestros ideales en bien en el fondo del orto y nos gastamos 47 mangos en una hamburguesa, un pancho y un vaso de agua.
- Somos ansiosos: no importa que sea nuestra banda favorita, que nos gusten todos sus temas, que revivan los Beatles y vengan a tocar en el Ateneo Manuel D'Alzón de Santos Lugares; en todos los recitales llega un momento en que nos aburrimos y empezamos a pensar cuánto faltará para que termine. Casi siempre es en el medio, cuando pintan los temas medio pedorros y menos conocidos, y el cantante se pone a hablar. Después se pone picante, meten 4 ó 5 hitazos y terminan arriba de todo, salvo que uno vaya a ver a Silvio Rodríguez, claro.
- Los bises: dejame de romper las pelotas con eso de que me voy, vuelvo, me voy, vuelvo, saludo, tiro púas al público, vuelvo. Si ya sabemos que no te vas un carajo, ¿para qué jugamos a que te vas y volvés porque te canté "que Bono no se va"? Los Ramones subían, uan chu tri for, uan chu tri for, good night y se iban a la mierda. Así se hacen las cosas, no como estos paparulos indecisos. Menos mal que son cantantes y no cirujanos, andaríamos todos con 4 tajos de más.
Y bueno, U2 estuvo jodidamente bueno, pero eso dejémosseló a los que hablan de música.
Arjono Vox