Me cago en la puerta

Yo entiendo esto de innovar y ser creativos en los restaurantes, para conseguir nuevos clientes y/o fidelizar a los existentes. No todos tienen la suerte de Sofovich, que se pasó 25 años cortando una manzana y jugando al Jenga con los pedacitos de madera que se le iban cayendo de la pierna ortopédica. Te entiendo, te juro que sí. Pero todo tiene un límite. ¿Querés innovar en la cocina, y hacer milanesas de tutuca o daikiri de berenjena? Dale. ¿Querés ser creativo en la comunicación y decirle "aglomeración de carne vacuna, recubierta en finas láminas de Cheddar" a una hamburguesa con queso? Y dale, hay cada pelotudo... imaginate que en Palermogólico no llueve, caen "finas gotas de agua sobre suave colchón de asfalto", así que vale todo.

Innová con lo que quieras, macho, pero no jodas con las puertas de los baños. No hay necesidad. Bueno, sí, pero no ésa, justamente.

Cuando vivíamos en un mundo lógico (antes de que se corriera el Dákar en Balvanera, ponele), las puertas se diferenciaban fácil: muñequito de chaboncito y muñequita de pibita. Ponele que nos banquemos la D de Dama y la C de Caballero. Ya con la H y la M la empezaron a bardear, uno no sabe si es H de Hombre o de Hembra, M de Mujer o de Macho. Pero ponele que igual se entendía.

Ahora ya se fueron al carajo. Pasaron de poner una dama antigua y un señor bigotudo (que sentiende) a poner animalitos asexuados de colores no representativos, y uno se queda parado como un pelotudo en la puerta, sin saber a dónde entrar. El otro día mencontré frente a dos bichitos amorfos sin género reconocible, y casi me cago encima mientras decidía.

Digo yo, ¿y si dejamos la creatividad para algo más útil, como matar a Burdisso o a Arjona?

No me hagas adivinar, ¡mestoy meando!