En los baños públicos o multitudinarios, ya sea el de la estación Santos Lugares, el de un shopping del conurbano o el de un restaurant en Palermogólico, pasan cosas curiosas; por ejemplo, hay pelotudos que en lugar de decir "pasan cosas raras" o "extrañas" eligen decir "pasan cosas curiosas". Bueno, decía, pasan cosas.
Las minas van de a dos y charlan de inodoro a inodoro mientras se echan unas bombas. Los hombres meamos en los mingitorios (gran palabra:
mingitorio) con cara de "no me importa nada" pero relojeamos al vecino para ver si la tiene más grande y, cuando eso sucede (a este servidor le pasa casi todo el tiempo), nos acordamos que la vida es una mierda y pensamos en morirnos ahí mismo.
En los baños se divide el mundo: por un lado estamos los que nos lavamos las manos después de nuestra tarea sanitaria, y por el otro están esos hijos de puta que, después de dejar un Monet en la porcelana y limpiarse el culo con dudosa eficacia, salen a la vida sin pasarle ni cerca a la piletita. Y después, esos hijos de puto, sin distinción de raza ni credo, te dan la mano en una fiesta o en una reunión de laburo o, mil veces peor, te preparan la pizza con sus propias manos.
Bueno, nada, el baño y sus cosas. Y ahí, en ese mundo, me pasó algo que no sé cómo definir: baño de bar, termino mi faena y, mientras me dirijo hacia el lavabo (otra gran palabra), escucho que un señor me habla desde el interior de un cubículo cagatorio, desde el cual no podía verme ni yo verlo a él. Me pregunta la hora y le contesto. Me habla el clima y le contesto, todo sin mirar. Hasta que, a la tercera vez que me rompe los huevos, me doy vuelta para ver la puerta cerrada del cubículo, y descubro el horror: el tipo, que jamás me vio y sólo me oyó durante un ratito,
se estaba pegando un cuscazo. Lo descubrí por la sombra, que delataba su frenético actuar pajil. No le temblaba la voz, no se lo escuchaba agitado, nada, pero se estaba pegando flor de sacudida.
Me quedé ahí, paradito, sorprendido, me sequé las manos y me fui, entre perturbado y fascinado, a terminar mi café en jarrito.
Que la vida es una mierda, lo sabemos todos. Lo que
no sabemos es que esa vida de mierda la compartimos con un montón de gente que está muy jodida, mientras nos escandalizamos por Juanita Viale. Así no vamos a ningún lado, eh.
Nadie lee los carteles, viejo.