Todo bien con ponerles algún sabor, un toque de jamón o de orégano o esos condimentos que sirven para levantar, cual push-up papafritil; pero ya se están yendo al carajo. Ahora hay unas que vienen con sabor a “pollo al limón”, y vos las probás y tienen gusto a pollo al limón. Buenísimo, pensarán, pero el problema es que saben “solamente” a pollo al limón, ni rastros de la papafrita. Podría ser un alfajor con sabor pollo al limón, o una galletita, o un chicle, lo que sea, que no hay diferencia. Viejo, si querés un pollo, andá y clavate un buen pollo con papas al horno en algún piringundín de barrio; pero no, la gente va y se compra eso, que además está buenísimo, pero que no se condice con la esencia de la papafrita, esa vieja compañera de aventuras hambriles vespertinas.
Es como los chinos que se tiñen de rubio y/o se hacen rulos. Todo bien, todos tenemos derechos, pero la verdad es que les queda como un puntinazo en el entrehuevo con carrera. Ya bastante con que en los dibujitos japoneses, los personajes tienen los ojos más redondos que un uruguayo, que ahora salen con esto.
Así no se puede eh. Ahora falta que Bin Laden se tatúe la pipa de Nike en el omóplato y listo, estamos fregados. Todos sabemos que Osama usa las Topper de lona.
Éste seguro que toma mate con yuyos.