Cuando era flaco, quería engordar un poco. Ahora quiero adelgazar.
Cuando tenía el pito chico, quería que me creciera. Ahora quiero adelgazar.
Somos así, no sabemos vivir con lo dado. Mi media berenjena y el pibe mío se fueron de viaje por 20 días, lo que me convirtió de improviso en un hombre sin horarios ni obligaciones. El paraíso de todo hombre casado: alimentación a base de birramaní, intensa actividad deportiva (póker, ping pong y fútbol-birramaní) y un celular que recibía más mensajes que el de Carlitos Tévez en el Día del Feo de cara. Todo ideal.
A los 3 días no sabía qué hacer. No sé ser solo. Pensé en pedirle a la flaca que me grabara un mensaje que se ejecutara solo al llegar a casa, y que dijera cosas tipo "¿Pagaste el cable? Hay que bañar a Dante. ¿Qué hacés vestido de cabo de la bonaerense?", como para saber qué hacer. Los hombres abogamos hasta el hartazgo por la libertad, sólo para no saber qué mierda hacer con ella cuando la obtenemos, aunque sea por 20 días.
A una mina le das 40 minutos con los que no contaba y le alcanza para cortarse el pelo, comprarse 3 carteras, mirar Bridget Jones y contarle todo a las amigas con lujo de detalle. A un hombre le das 4 horas y se pasa 3 horas y 54 minutos dudando entre jugar a la Play, leer, totearse o dormir en el sillón. La actividad elegida no termina de empezar que ya hay que cortar, y puteamos porque la vida no nos da tiempo a nada. Los hombres tenemos huevos para ser boludos, nada más.
En 2 días vuelven, y yo me debato entre el extrañor y la puteada por saber que en 48 horas pierdo la visa all-inclusive. ¿Se puede ser más pelotudo?
Bueno, sí; hay gente que paga por ver a Ricardo Fort en el teatro.
Es peligroso que el hombre esté solo demasiado tiempo.