Todo tiene un precio

Dicen los que creen, que Dios nos dio a lo humanos la herramienta más valiosa para transcurrir sabiamente esta vida plagada de Falcionismos y galletitas de arroz: el libre albedrío. Somos libres de elegir y tomar nuestras propias decisiones, las que, por supuesto, traerán sus consecuencias. Y de eso se trata este tema: somos libres para elegir, pero todo tiene un precio.

La misma cosa se puede hacer de diferentes maneras, cada una con un resultado distinto. Por ejemplo, cómo llamar a las cosas: están los que se refieren a la banda gringa como "los Peppers" o "los Chili Peppers". Claramente se trata de gente de bien, destinada al éxito en uno o más aspectos de la vida. Pero también está el subnormal que les dice "los Red Hot" o, el horror de los horrores, "los rédjot". Cada vez que alguien dice "los rédjot", un futuro investigador del CONICET abandona su promisoria carrera, se rapa, se tiñe de amarillo patito y forma un grupo musical con un nombre tipo "Christian y La turra".

Lo mismo sucede con otra banda, los Rolling Stones: quienes le dicen "los estón" son gente sabia aunque incomprendida; los que dicen "los stouns" son el eslabón perdido entre Carlitos Tévez y Bebe Contepomi; ahora, si les decís "los rolling", automáticamente te crece un suéter de rombos sobre los hombros y sus mangas se enriedan solas sobre tu pecho, para terminar juntándosé en un puñito sobre el esternón. Y es irreversible, además.

Al Facebook sólo se le puede decir feisbuc; llamarlo "face" es el equivalente auditivo de ponerte desodorante en la punta del choto: una búsqueda loable pero con una implementación que raya en la imbecilidad.

Por supuesto, hay muchos más ejemplos, como poner el queso abajo y el jamón arriba o similares, pero tampoco es cuestión de andar mostrando todos los errores de la humanidad. Con que entendamos que todos nuestros actos tienen sus consecuencias, alcanza y sobra. Y si no, mirá a Nico Repetto.

Podía contratar a alguien o pedirle al tío que se disfrazara.

Consecuencias a la vista.