Cosas que deberían cambiar (II)

Estamos en el año 2011, la tecnología está al alcance de casi todo el mundo y casi todo es posible; una feta de queso de máquina viene con wi-fi y acceso a Facebook. Y aún así, hay cosas que se resisten a aggiornarse y adaptarse a los nuevos tiempos. ¿Como qué? Y leé, papafrita:

- Blusa / Solera: es menester que se invente YA una palabra nueva para esa prenda de vestir femenina. Escuchar la frase "qué linda blusita" me hace envejecer 15 años de inmediato. Porque además le entran sin asco al diminutivo, como para alivianar la vejez, y le dicen "blusita" y "solerita". Así no va.

- Los panes lactales de la punta: si sabemos que nadie los come, no lo pongan más en el paquete. Nos están robando plata y están generando un desperdicio de comida totalmente evitable. No sé, guarden todos los panes de la punta y hagan un budín de pan gigante para regalar, algo así.

- Los timbres "ding dong": esos aparetejos del demonio no permiten al timbreante personalizar la acción. En un timbre común uno puede tocar 7 rings cortitos e histéricos, uno largo como los que hace mi madre, o simplemente un ring neutro. En todos los casos, podemos dar una primera información al dueño de casa sobre nuestro estado de ánimo. En cambio, ese ding dong saldivarista del orto hace oídos sordos a nuestra desesperación y suena siempre igual, despacito y tomándose el tiempo que le parece a él, que no es más que un rejunte de cables y malas intenciones.

- El ferrocarril San Martín: no me importa cuál sería el plan B, pero así como está funcionando no sirve para nada. No sé, que saquen el tren y pongan una fila de refugiados ucranianos que lo lleven a uno de brazo en brazo de Santos Lugares a Palermo, o una cinta de transporte eterna en la que uno sólo tenga que pararse y llegar a destino. Y si llueve, los ucranianos nos tapan con trapos o algo así. Se pueden usar las miles de banderas argentinas que decían "Argentina Campeón del mundo 2010" y jamás se vendieron.

- Majul.

- La ley natural de engordabilidad adquirida: cuanto más gusta algo, más engorda y/o peor hace. Eso es de hijo de puta. Lo obliga a uno a sufrir una de las dos grandes opciones de displacer universal: morfar como un búfalo y arredondearse en consecuencia, o estar en buena forma a base de barritas de cereal y estúpidas galletas de arroz. Propondría que el costo de una acción se vea reflejado en otro ítem de la vida. Por ejemplo: me clavo un doble cuarto de libra con queso y como consecuencia erro un penal; o me choco de frente contra una provoleta completa y eso me resta un 8% de chances de ganar el Loto, ponele.

Ojo, tampoco es para decir que todo está como el culo. Por ejemplo, Jennifer Aniston está soltera, y eso es un punto a favor del equilibrio cósmico.
Lo mío es sólo el intento de dar un pequeño paso para un pelotudo, pero un gran paso para la humanidad.

"Disculpa, ¿aquí pasar transporte ucraniano?

Sorry, mí no habla español".