Segundos afuera

La idea original de este post era comentar cuán al pedo están ciertos elementos en la naturaleza (y ni hablar de ciertas personas), pero cuando estaba por decirlo me dio penita. Básicamente porque soy un mamerto que siente pena por cosas inanimadas, como ya he contado alguna vez.

Así es como, en lugar de preguntarme qué sentido tiene que existan cosas como la manzana verde, el morrón amarillo o el agua tónica, me puse a pensar en esas pobres manzanitas, que ven cómo el cajón de al lado se vacía rápidamente y ellas, víctimas de la indiferencia, ninguneadas por el público, están ahí solitas sin más compañía que ellas mismas, otras manzanitas que se van pudriendo sin que nadie se las lleve aunque sea para una ensalada de fruta de restaurant, en donde la manzana es 94% del producto.
Y desde su cajón con el logo de Moño Azul miran cómo la gente prefiere llevarse una pelota arenosa y fofa antes que a ellas, que son tan duritas. Pero claro, quién en su sano juicio elegiría una cosa ácida como esa, ¿no?

Pero si hay algo que me pone peor es el éxito de la lechuga criolla: existiendo la lechuga mantecosa e incluso la capuchina (un peldaño por debajo), la gente va y compra esa bosta arrugada. Sobre todo los restaurantes, los mismos que te hacen ensalada de frutas con un 94% de manzana.

Pero hoy no es día para quejarnos de las injusticias de la vida sino para festejar. ¿Festejar qué? Y qué se yo, ¿todo te tengo que decir?

La vida es triste, me voy a hacer Cipolleti.