Jane's adiction

Uno de los grandes flagelos mundiales de la nueva era es, sin dudas, las adicciones. Están las más comunes (y más destructivas) como la fafafa, el acohol, el pucho, la comida, Tinelli, etc. También existe un submundo de adicciones algo menos nocivas pero infinitamente más pelotudas: el otro día vi un informe sobre una mina que no podía parar de comer pedacitos de papel higiénico, otra que olía nafta cada 10 minutos (se llevaba un frasquito en la cartera), una que comía piedras y flagrantes estupideces similares. Después están estas nuevas pelotudeces como la adicción al trabajo: para mí, es como ser adicto a pegarse un martillazo en un huevo cada 35 minutos. También había una adicta al sexo, con la que me sentí identificado, pero con la que tenemos una diferencia sustancial: ella se la pasaba garchando, mientras que lo mío es como ser adicto al avistaje de meteoritos: una adicción con poquísimas probabilidades de satisfacción.

Pero no es necesario mirar la tele para encontrarte son adicciones pelotudas. En mi caso, soy jodidamente dependiente de las Halls Strong; lo que el paco es al sistema nervioso central, el Mentho Lyptus es a mis dientes y mi dieta.

La flaca, mi media mandarina, es adicta a la función "prelavado" del lavavajillas (junto al secarropas, conforman los dos mejores inventos burgueses a los que he accedido en mi vida): mete 4 platos y siente la urgente necesidad de darles un prelavadito. Como lo completamos cada 2 ó 3 días, anda con síndrome de abstinencia 3 veces por semana.

Por otro lado, si consideramos a las adicciones como un mal hábito difícil de dejar, técnicamente podemos considerar adictos a los fans de Arjona, a los consumidores compulsivos de pulóveres de polar con montañas nevadas, a los usuarios de riñoneras, a las que hablan todo en diminutivo y a los que se conocen todos los capítulos de Los Simpsons. Upa, con el último metí polémica.

En definitiva, somos todos adictos. La dignidad radica en cuál es nuestra adicción.

Adicto al fracaso televisivo.