Moraleja de la vida

En la universidad de la vida, todos los días aparece un profesor resentido por no haber trabajado de otra cosa y, con perverso placer, nos dice a todos "saquen una hoja". En mi caso, el examen sorpresa de este fin de semana correspondió a la materia "Deseos malsanos", y me fue como el orto.


Como todo hincha de Boca, fantaseaba con un fin de semana que incluyera un campeonato para mi equipo, y lo bien que está eso. El problema es haberle deseado el mal al resto: mi felicidad no iba a ser completa si además no incluía un no-ascenso de River y un descenso directo de San Lorenzo. Nada de eso sucedió, por lo cual la vida es una mierda sin parangón.


¿Y ésa es la enseñanza? Claro que no. La moraleja, el verdadero aprendizaje es mucho más simple: siempre se puede estar peor. Cuando nada parecía poder empeorar un domingo nefasto, el horror: 21 horas, hogar; el silencio de la amargura es interrumpido por un sonido raro, anacrónico, inquietante: suena el teléfono fijo. Con un inmenso terror lo agarro, lo atiendo y... "¡Hola, soy Mariano Iúdica! Felicitaciones, te ganaste un Volkswagen cero kilóm...". Y corté. Y lloré. Y sufrí. Y volví a llorar. Pero, por sobre todas las cosas, aprendí: la vida siempre es una mierda, pero casi siempre puede ser peor.

Lo peor: podrían tener hijos.