The good, the bad and the Mouche

Si existen dudas sobre la existencia de Dios y, por propiedad transitiva, del Diablo, se debe únicamente a un error de análisis. Es decir: dejemos de buscar pruebas teológicas y centrémonós en las demostraciones empíricas. La existencia de esos dos muchachos no se mide en milagros, se mide en gustos de caramelos Sugus o ritmos musicales, por ejemplo. ¿De qué carajo estoy hablando? Yo qué sé, boludo.


Dios existe en una fondue de quesos; el Diablo existe en el saquito de té que se cae dentro de la taza. Dios está en la Scarlet Johanson que fuma un pucho en Match Point; el Diablo está en los auriculares que se enrollan. Dios se siente al poner Poison Heart de los Ramones; al Diablo se lo siente al subir a un vagón del San Martín y escuchar el ch-ch-ch ch-ch-ch de los Wachiturros. Dios y el Diablo se juntan detrás de un escritorio cada mañana en Arriba Argentinos. Dios nos mandó a Siena Miller; el Diablo nos mandó a Lita de Lázzari. Dios creó los guantes mágicos; el Diablo creó las sandalias Crocs. Dios es Riquelme, el Diablo es Mouche.


Pero claro, mientras sigamos buscando multiplicación de figacitas de manteca, resurrecciones y pelotudeces semejantes, seguiremos nadando en las hediondas aguas de la incertidumbre. Porque estamos en todo lo que tiene que ver con ser unos pelotudos, más que nada.

Dios está en todos lados. Sólo hay que saber buscar.