Vacaciones - Toma I

Suponiendo que hacemos caso omiso del abominable hecho de que tenemos (en promedio) 15 días de vacaciones y 350 de laburo por cada año, lo que nos da menos de un 5%, decidimos enfrentarnos al dilema de siempre, según el nivel socioeconómico de cada uno: San Fernando o Riachuelo (clase baja), playa o montaña (clase media) y frío o calor (clase alta). Quien les habla enfiló hacia la sierra cordobesa. Y he aquí algunas anotaciones del vacacionante promedio:

- Ir a tomar unos mates a la playa (de mar, de río, de estacionamiento, la que sea) implica un despliegue de elementos realmente inverosímil, que incluye reposeras, mantitas, canasta, pelota para el pibe, mochila, toallones, bolsito y mil pelotudeces más. Y lo peor es que todo se usa. Cada día de playa carga el baúl del auto igual que en el viaje de ida, no así el de vuelta que, por alguna razón, tiende a multiplicar la cantidad de cosas a cargar.

- El hombre promedio que se va de vacaciones en familia se pasa un 88% del tiempo deseando fervientemente que a los pibes que juegan al fóbal se les escape la pelota hasta donde uno está, para poder devolverla de un certero chanfle y sentir la gloria perdida aunque sea por unas efímeras y eternas décimas de segundo.

- En vacaciones la gente camina. Cómo le gusta caminar a la gente, será de Dió. De noche, la peatonal es un hervidero de gente que... camina. No va a ningún lugar en particular, solamente va y va hasta que uno del grupo dice "¿volvemos?" y ahí pegan la vuelta y vuelven a caminar para el otro lado. Ni siquiera adoptan el ritmo caminatorio de las vidrieras, que indica ir por una vereda y volver por la otra. No, caminan por la calle, por el medio, haciendo tiempo para algo que no se sabe qué es.

- Dios inventó el mar, las montañas, los paisajes, el agua, todo lo bueno, pero también inventó la arena, y con eso se divierte el muy hijo de puta. La arena sirve para que aún en vacaciones uno se acuerde de que todo tiene un costado negativo. Debe ser para valorar lo bueno y todo eso, pero cuando se me meten las piedritas entre el mayor y el anular del pie derecho no me pinta mucho el equilibrio cósmico.

- Durante unos cuantos años, en todas los negocios vendían remeras que decían Toy triste. Toy contento. No toy, me fui a Carlos Paz o Mina Clavero o Bariloche o Massachussets o Santos Lugares o Franja de Gaza, etc. Ahora hay una nueva remera de moda y es tan pero tan pelotuda que dan ganas de matar a naranjazos al creador: dice (con el logo) YouTube en Mina Clavero. Me quedé esperando ver a alguien que la comprara para pegarle con el termo en la rodilla, pero graciadió nadie lo hizo.

- El 92,6% de la población de Córdoba trabaja de vender pastelitos en la playa. Es la única forma de explicar que aparezca un vendedor de pan casero, bolitaefraile o pastelitos cada 4 segundos reloj. Y lo peor es que, existiendo los pastelitos de batata, la gente compra de membrillo. Esos son los que después salen a caminar por la peatonal, todos putos.

- Los camioneros que uno ve en la ruta parecen tener la obligación de agradecerle a alguien el tener su camión. Abunda el "gracias a mis viejos", "Gracias a Dios", incluso algunos pollerudos enervados que ponen "Gracias a mis suegros". Caraduras, nadie pone "Gracias al Bingo de San Martín", "Gracias a que no pagué impuestos en la puta vida" o algo así. Y otra cosa, ¿por qué agradecen? Nunca vi un agradecimiento en la puerta de un kiosko, o en la tapa de una notebook. Mirá si el Windows tirara una ventana con la frase "Thanks to my dad, Bill".

Y hay más, oh, tanto más, pero tampoco es cuestión de escribir una novela, que uno no está de vacaciones, carajo.

Me cargué no menos de 35 en estas vacaciones. Un pastelero serial.