Luz y fuerza

Me dan bronca los tipos grandotes. Me molesta que sean anchos como una cama de plaza y media parada, que todos se peinen con el pelito para arriba, como dando una sensación de continuidad o de infinitud, como que el tipo no termina nunca. Me molesta que todos los patovicas sean iguales, como si hubiera una especie de sindicato que marca las directivas: barba candado, remerita ajustada y cara de haber desayunado pickles rehogados en nafta súper de 98 octanos.

Pero lo que más me molesta es que no les puedo decir nada de todo esto, porque ellos son muy grandotes y yo soy muy cagón. En circunstancias normales, cualquier cristiano que osara manifestar un mínimo placer por la existencia de Saldívar, por ejemplo, sería inmediatamente vituperiado hasta el hartazgo. En cambio, si viniera un grandote de esos usando una riñonera, con una remera de Valeria Lynch, un tatuaje con la cara de Ricardo Fort y me dijera "yo le pongo salsa golf al choripán y lloro con las películas de Suar, ¿te jode?", yo le contestaría "todo bien man, yo soy re amplio" mientras me ensucio la botamanga.

Y además me pregunto, ¿a las minas les calienta un ñato así? ¿Estoy en lo cierto si digo que a la mayoría les parece demasiado, o es mi envidia semi-obesa y micropeneana la que me hace pensar eso?
¿No es más atractivo un gordito simpático que nunca te deja a pie y sabe chistes sobre enanos?

No, ¿no?

"¿Cómo es mi pito? Así." (ver mano derecha)